Hoy les comparto una historia sobre el perdón que llegó a mi SER, para invitarlos a reflexionar:
Hace muchos años, unos soldados fueron hechos prisioneros por las tropas enemigas. Los soldados pasaron años en una celda minúscula, donde apenas tenían espacio para caminar. Durante esos años, se hicieron grandes amigos, hablaban a menudo de sus familias y se apoyaban mutuamente para sobrevivir.
Cada cierto tiempo, uno de los guardias los sacaba de la celda y llevaba a una sala de interrogatorios, en la cual a veces recurrían a métodos poco convencionales, para intentar que revelaran información relevante sobre su ejército. Los soldados jamás confesaron, pero pasaron años infernales, sufriendo burlas y humillaciones, además de todo tipo de carencias. Aquel guardia se había convertido en su peor pesadilla.
Un buen día, la guerra entre ambos países terminó y fueron liberados. Los dos soldados se dieron un gran abrazo de despedida y cada quien tomó su rumbo. Al cabo de diez años, los soldados volvieron a encontrarse. A uno se le veía visiblemente recuperado, casi feliz. Los dos hombres se pusieron al corriente de sus vidas.
Sin embargo, no pudieron evitar rememorar los años que habían pasado juntos en cautividad. Uno de ellos preguntó:
– ¿Has perdonado a aquel guardia?
– Sí, me ha costado, pero finalmente he logrado pasar página – respondió el antiguo soldado que se veía más feliz.
– Yo no he podido, sigo guardándole rencor. ¡Lo odiaré mientras viva!
– Entonces aún te tiene prisionero – se limitó a responder con tristeza su compañero.

El mundo que corre a través de largos senderos a veces no se detiene, no reflexiona, no cabila en las situaciones importantes de la vida. Solemos sostener creencias que en muchos casos nos hacen daño, nos afectan de manera emocional y física.
Creer que nuestro enojo y resentimiento hacen daño a las personas que lo originan, es un error terrible.
En verdad a quien daña es a aquellos que lo sostienen como estado de ánimo habitual, viven inmersos en el rencor. Sin poder darse la oportunidad de soltar ese lastre voluntario de vivir enojados y liberar la carga que sostiene la imposibilidad de ver esperanza en las personas. Incluso en ellos mismos viven atosigados, por secuelas que dejaron algunas inconductas de personas o entornos de otros momentos renegando y poniéndose en contra incluso de su propia humanidad.
Es en este contexto que el perdón tiene un valor extraordinario, para recomenzar a variar estas conductas me pregunto muchas veces ¿cómo se siente tu cuerpo cuando lo dejas invadido por un resentimiento que no quieres soltar?, ¿cómo sigues viviendo una eterna invitación al enojo y la amargura? ¿es que acaso no mereces poder variar esta mirada y comenzar a creer que aquel sentimiento de precariedad emocional puedes soltarlo?
Para poder engarzar con una vida de plenitud, yo creo que sí es necesario perdonar, no quedarnos con esta sensación procrastinaste de dejarlo para después. Es el momento de desafiar esta circunstancia y poder regalarte una vida de mayor atención y consideración para ti. Puede parecer imposible, pero creo yo que es cuestión de perspectiva, de comenzar a elegir que deseas para tu vida.
Y el perdón es una posibilidad relevante para comenzar a ser una persona más feliz, menos estresado por circunstancias que seguramente ya pasaron y que no se pueden cambiar. Pero eso no quiere decir que vivas anclado a ellas, más bien pueden ser el motor para poder desarrollar desde un profundo autoconocimiento personal, el verdadero sentido de ser.

Un ser humano más libre, sin ataduras emocionales limitantes, sin nada que te permita quedar prisionero de situaciones pasadas. Que por muy duras y tistes que hayan sido, no deben relegar el verdadero propósito de todas las personas y es aquella que se llama felicidad. Esa oportunidad no depende de la suerte ni de la eventualidad, depende de nosotros de poder desarrollar una empatía con nosotros mismos, antes que con los demás. A veces solemos ser nuestros peores enemigos, tenemos la receta, pero está ausente la voluntad.
Hoy quiero invitarte a dejar de lado cualquier situación, que te invite a el resentimiento y el rencor. Quiero pedirte que dejes de lado el enojo y la amargura, que comiences a abrir la puerta a la oportunidad de revalorar el perdón. Para poder sentir esa libertad y paz plena, de poder dejar de lado la inconsistencia que alberga en nuestro interior. Y podamos declarar de manera libre que podemos enojarnos ante una situación que nos genere esa emoción, pero que no podemos hacer del enojo y resentimiento una forma de vida.
Pues eso nos aleja del propósito de ser felices.

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