AXON TRAININGEs muy común escuchar frases tales como “enojarse hace mal a la salud”, “el que se enoja pierde”, “cuando el sabio se enfada deja de ser sabio”, “enojarse es señal de debilidad”, etc.
Me gusta pensar que como seres humanos tenemos la posibilidad biológica de experimentar un sinfín de emociones, y que cada una de ellas tiene una razón de ser. Por lo tanto, iría contra nuestra propia naturaleza reprimir el enojo cuando se presenta.
El objetivo sería estar preparados para identificar esa emoción, y gestionarla adecuadamente, para que no se transforme en destructiva sino en reparadora de la falta.
Aristóteles planteaba que “cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso ciertamente no resulta tan sencillo.”
Levy plantea que “detrás del enojo se encuentra la frustración: cuando la energía del deseo que se encamina hacia su realización encuentra un obstáculo, la obstrucción que se produce genera una sobrecarga energética en ese deseo. La función original de esa sobrecarga es asegurar la realización del deseo o necesidad amenazada.”
La cuestión central es que si no se sabe manejar esa sobrecarga de energía, a veces puede convertirse en un problema en sí misma. No olvidemos sumar nuestras creencias e interpretaciones, lo cual si no se atiende correctamente puede conformar un cóctel explosivo.
En “La sabiduría de las emociones” Levy nos dice que “las personas tienen la tendencia psicológica a imaginar que sus frustraciones sean de la índole que sean, se deben a la influencia de una voluntad adversa, bien de una persona o bien del destino mismo que se opone a sus propósitos. Dichas personas están muy expuestas a vivir crónicamente enojadas y resentidas.”
Considero que todas las personas deberíamos observar la cantidad y calidad de nuestros enojos, para determinar si nuestra reacción tiende a contribuir al caos o a la resolución de problemas.
El enojo bien entendido es aquel que se materializa en la descarga del exceso de energía (ejercicio físico, resoplar, etc.) para poner al organismo en un estado más adecuado para su funcionamiento y de esa manera afrontar las siguientes etapas del enojo.
Vemos que el mandato cultural de reprimir el enojo está absolutamente en contraposición con lo que realmente debemos hacer. Ejercitar el proceso de enojo hace que vayamos ganando experiencia para regularlo en su justa medida. Graduar nuestras reacciones se considera una conquista en la evolución humana, la calibración es producto de la ejercitación.
La descarga no tiene que ver con la presencia del otro, sino con disminuir la tensión acumulada, de lo contrario estaremos amontonando “residuos emocionales” que pueden derivar en dolencias musculares, cardiovasculares, etc.
La próxima etapa es la de comunicar efectivamente al otro el impacto que su acción produjo en nosotros. Esta situación contribuye a afirmarnos y fortalecernos en nuestra posición. Para la otra persona es necesario conocer lo máximo posible el efecto de su acción, para de esta manera corregirla.
Por último, se debe formular una propuesta para reparar y construir un proyecto que asegure que este problema no se volverá a repetir.
Como vemos el enojo tiene una veta superadora, y es a la cual debemos tender cuando nos encontremos envueltos por esta emoción. No dejarnos llevar por impulsos, juicios, agravios, ni deseos de castigo o venganza, de lo contrario estaríamos multiplicando el daño.
El enojo no es pelea, es un intenso desacuerdo que en la mayor parte de los casos implica un problema a resolver. Un buen enojo que logra resolverse enriquece y templa las relaciones, porque no deja residuos emocionales.
Aprender a enojarnos bien es la tarea fundamental, por respeto a nosotros mismos y a los demás.
Fuente: La Sabiduría de las Emociones, Norberto Levy.
Autora:
Cabezudo Maria Cecilia
Estudiante de Coaching Ontológico 2024
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